José Ojeda Bustamante
Opinión
La
educación es un instrumento fundamental para construir una sociedad y un país
más abierto, más consiente de sí mismo y, a la vez, menos desigual. Un reto
actual que impone el entorno a la educación superior en México es el social, ya
que, mientras una pequeña porción de la sociedad tiene una calidad de vida
aceptable, la gran mayoría enfrenta condiciones adversas. De acuerdo con
el Coneval, en 2010, 52 millones de
personas en México se encontraban en situación de pobreza; es decir, el 46.2%
de la población.
Una
breve mirada comparativa a nivel internacional a la educación superior nos
brinda un panorama poco alentador. Según la Organización para la Cooperación y
el Desarrollo Económico (OCDE), México es de los países miembros con menor
cobertura en educación superior, con un 29% lo que nos ubica en una pronunciada
desventaja en el contexto internacional. Como muestra, consideraremos que la
cobertura promedio en América Latina (AL) es del 38%; en la OCDE de 66%; y que
Corea lidera la cobertura con 98% (Drucker y Pino, 2004: 82-83).
Indagar
las causas de tal hecho, si bien obedece
a una lógica multifactorial, contemplaría sin lugar a dudas como uno de sus
principales elementos el componente de desigualdad que se vive en nuestro país.
Para ello, basta considerar que México es uno de los países más desiguales
dentro de la OCDE, esto, expresado en que nuestro nivel de pobreza es 1.5 veces
superior al de un país promedio de dicha organización y dos veces superior a la
de países con baja desigualdad como Dinamarca.
Más
grave aún resultan las implicaciones que esto tiene en términos económicos;
cabe recurrir a lo que apunta el “Informe sobre educación superior en América
Latina y el Caribe 2008. La metamorfosis de la educación superior” de la
UNESCO, en el cual se afirma que en América Latina, al año, la deserción
escolar está provocando que se pierdan entre 2 y 415 millones de dólares por
país, producto del abandono de los estudios universitarios. Para el caso de
México, la estimación del costo, por los
que abandonan los estudios
universitarios, está entre 141 y 415 millones de dólares es decir,
una cantidad equivalente al que reciben estados como Colima o Tlaxcala
en un año. De este tamaño es la magnitud.
Hoy
más que nunca vivimos insertos en una gran aldea global, realidad ineludible
propia del espíritu de nuestro tiempo, en la cual la educación superior no
puede ser ajena a la sociedad del conocimiento en la que se vive, y para la
cual es cada vez más necesaria una población académicamente preparada, ello si
se desea aspirar el crecimiento y a la generación conocimiento diferenciador
que posibilite un mayor desarrollo económico.
Si
bien la formación universitaria permite, por cada año de escolaridad adicional,
ingresos anuales entre 8% y 12% más altos, el tema por ahora es la necesidad
que en México se incremente por los menos en más del 50% la actual cobertura
universitaria. Ello es fundamental para contar con los cuadros técnicos que se
requieren para formular las soluciones, ante los retos y los enormes problemas
que nuestro país enfrenta.
Si
por cada año universitario representa un 10% de ingresos –en promedio-, ¿Qué
significa para las familias? Esto puede
ser la fórmula ideal para el combate a la pobreza y la marginación, donde le
pegamos a la variable más complicada de medición de la pobreza, el ingreso.
Pues
ahora el reto fundamental es como desdoblamos esta variable, como la hacemos
realidad. En las antípodas,
buscaremos lanzar dardos que nos den luces al final del camino.
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