Jairo Garzón Montaño
Los tiroteos ocurridos en Orlando y en Nochixtlán, dejan de manifiesto el rencor hacia determinados sectores de la población y con ello, a sus derechos humanos y garantías constitucionales, esto desde luego constituye un foco rojo para la seguridad y la tranquilidad de la sociedad.
Me queda claro que en el caso de los ataques en Orlando, como en cualquier atentado terrorista, se buscaban dos objetivos: matar a sus víctimas inmediatas y tratar de destruir a nuestras sociedades modernas de libertades y derechos.
Preocupa que sea en una Nación que se encuentra en un proceso electoral, en el que está en juego, no sólo la Casa Blanca, me parece que está en disputa consolidar los alcances para una reforma migratoria, ampliar los derechos de los latinos y de la comunidad LGBT o endurecer su política interna y externa motivada por el odio, el rencor y el repudio a las minorías, sobre todo, para los islámicos y mexicanos.
Estoy convencido de que este ataque, renovó el debate en relación a las políticas de armas y evidenció la vulnerabilidad de su sistema, que hace posible que individuos enfermos, tengan fácil acceso en perjuicio de la ciudadanía. Éste es lamentablemente un ejemplo más, de lo urgente que es detener la proliferación de estos instrumentos en los Estados Unidos.
La muerte de más de 50 personas y una decena de heridos, debe ser motivo suficiente para superar las diferencias morales y religiosas, que sólo alimentan al fundamentalismo, el odio a las minorías, la homofobia a ciertos grupos de personas y al radicalismo islámico y con ello, a otras maneras de ver el mundo y la vida.
Quizá, sólo quizá, la masacre en Orlando nos ayude a encontrar algo en común con Nochixtlán, en el Estado de Oaxaca, y es que los ataques perpetrados, plantean un reto importante para cualquier sociedad que se asuma como democrática e igualitaria.
Frente a ello, es de vital importancia hacernos algunos cuestionamientos… ¿Podemos estar de acuerdo en que matar es deplorable y establece un límite para la noción básica de sociedad?, ¿Es posible coincidir en que no hay motivo suficiente y valido para quitarle la vida a otras personas, sin que esto sea condenado, penalizado y rechazado?
No me queda duda de que los sucesos de Nochixtlán, no debieron ocurrir, se tienen que agotar los caminos del diálogo, se debieron construir los acuerdos con un sector magisterial en que existe una coincidencia elemental: tener una mejor educación y condiciones dignas para ejercer el magisterio.
La sangre, nunca debe ser la tinta con la que se pretenda escribir el desarrollo, el crecimiento y la Reforma Educativa. Como muchos mexicanos, le exijo a las autoridades, que con transparencia, objetividad y profesionalismo, se investiguen los acontecimientos, con prontitud se sancione a los responsables y con apego a derecho, se prevengan estos sucesos y se repare en la medida, el daño ocasionado.
Existen desafíos por superar, sobre todo, los relativos a mejorar sustantivamente la coordinación, planeación y eficiencia de los cuerpos policiacos en el que se optimice las tareas de inteligencia, comunicación y vigilancia, se trata de tener corporaciones policiales profesionales, capacitadas y certificadas, que hagan posible transitar de una política coercitiva y restrictiva, a una formativa y preventiva, que coadyuve a la consolidación de un nuevo sistema de justicia.
Quizá es demasiado el esperar que la matanza en Orlando y Nochixtlán, nos ayuden a encontrar una posición en común, nos despierten los sentimientos de solidaridad, empatía y respeto. En tiempos en los que el mundo se siente como si no tuviera refugios, valdría la pena intentarlo.
Me niego a percibir como normal o común a la violencia, los invito a que rechacemos toda conducta de esta naturaleza, pues además de poner en peligro nuestro patrimonio, integridad e incluso la vida, inhibe el desarrollo de nuestro país e impide que nuestra niñez aproveche todo su potencial. ¡Digamos alto a la violencia!, que el diálogo, el respeto, la cordialidad, los argumentos y la razón, sean los que prevalezcan en todo momento.
Los hijos de la “Vieja Antequera”, en donde “Dios nunca muere”, seguiremos construyendo un Oaxaca, como lo soñaba Don Andrés Henestrosa, “grande, majestuosa y alegre” en el que siempre se impulsará el diálogo, ya que mientras no hablemos un idioma en común, México estará por hacerse y es que el idioma, dijo Don Miguel de Unamuno, es la sangre del espíritu, el idioma es… la otra sangre de las venas.
La sangre no debe ser tinta para escribir el desarrollo
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