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viernes, 13 de febrero de 2015

RECORDANDO A ROSA INES

Pbro. Porfirio Franco Ortiz

Hace poco, al final del próximo pasado mes de enero, asistió al curso teológico del presbiterio una representación de la “Comisión de Justicia, Paz y Reconciliación, fe y política” del episcopado. A estas personas no les costó convencer a los participantes de que México vive una situación  de violencia con dimensiones ilimitadas.


La atmósfera social se ha impregnado de ese olor nauseabundo; odio, rencor, egoísmo, corrupción y crimen hacen que México viva en inseguridad, con miedo y en continua zozobra. El episcopado ha iniciado, porque urge hacerlo, una campaña para que trabajemos todos los mexicanos por la paz.

Entre las personas representativas de la citada comisión episcopal venía Rosa Inés Floriano, de nacionalidad colombiana. Ella inició su intervención explicándonos como la sociedad colombiana ha tenido grandes logros en el tema de la pacificación y, cómo su trabajo ha transitado por intentos, fracasos y aciertos. Quiero –dijo- compartirles esta experiencia.

Lo primero que nos compartió, RI,  fue que en Colombia, después de muchos fracasos, aprendieron que en la búsqueda de la paz tiene que estar implicada toda lo sociedad. La paz no es, no debe ser tarea de una comisión, de un grupo, de una parte de la sociedad o tarea del ejército, en el trabajo por la paz tienen que implicarse todos.

La segunda convicción de RI fue que el trabajo por la paz tiene que implicar procesos generacionales.  El trabajo por la paz es de largo plazo. No queramos que la paz vuelva mañana. Aquí se aplica aquello de que hay que sembrar para que otros cosechen. Nos preguntaba ¿Cuántos años tarde el crimen organizado para  enseñorearse de la sociedad? ¿El tiempo de dos o tres generaciones? Quizá ese tiempo pasará, si trabajamos, para que vuelva la paz a nuestro pueblo.

El trabajo por la paz no es un proyecto nuevo, no es un trabajo adicional. El trabajo por la paz implica que debemos intencionar todo lo que hagamos. El trabajo por la paz implica tender puentes, crear condiciones de diálogo, de confianza; el que trabaja por la paz necesita aprender a escuchar, a comprender, a perdonar.  El trabajo por la paz pide sobre todo la implicación de las familias; que en las familias haya condiciones de paz. La familia es la escuela relacional del ser humano.

Las grandes transformaciones, dijo RI, vienen de dentro. Si no transformamos el corazón todo va a quedar en discursos vacíos. “A las gentes les gustan las formas, la coherencia, la grandes transformaciones vienen de dentro”.  Es preciso que cultivemos una espiritualidad de comunión. Si no transformamos los corazones, las estructuras puestas para garantizar la seguridad serán inservibles. RI insistió, necesitamos coherencia entre el gesto y la palabra.

La construcción de la paz no tiene recetas. Las circunstancias que viven cada grupo, cada pueblo, cada familia son diferentes. La construcción de la paz es urgente y requiere creatividad, iniciativa, articulación de instituciones y fuerzas sociales. No atañe solo al gobierno, es tarea de todos.  

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