Pbro. Porfirio Franco Ortiz
Hace poco, al final del próximo
pasado mes de enero, asistió al curso teológico del presbiterio una
representación de la “Comisión de Justicia, Paz y Reconciliación, fe y
política” del episcopado. A estas personas no les costó convencer a los
participantes de que México vive una situación
de violencia con dimensiones ilimitadas.
La atmósfera social se ha
impregnado de ese olor nauseabundo; odio, rencor, egoísmo, corrupción y crimen
hacen que México viva en inseguridad, con miedo y en continua zozobra. El episcopado
ha iniciado, porque urge hacerlo, una campaña para que trabajemos todos los
mexicanos por la paz.
Entre las personas
representativas de la citada comisión episcopal venía Rosa Inés Floriano, de
nacionalidad colombiana. Ella inició su intervención explicándonos como la
sociedad colombiana ha tenido grandes logros en el tema de la pacificación y,
cómo su trabajo ha transitado por intentos, fracasos y aciertos. Quiero –dijo-
compartirles esta experiencia.
Lo primero que nos compartió, RI,
fue que en Colombia, después de muchos
fracasos, aprendieron que en la búsqueda de la paz tiene que estar implicada
toda lo sociedad. La paz no es, no debe ser tarea de una comisión, de un grupo,
de una parte de la sociedad o tarea del ejército, en el trabajo por la paz tienen
que implicarse todos.
La segunda convicción de RI fue
que el trabajo por la paz tiene que implicar procesos generacionales. El trabajo por la paz es de largo plazo.
No queramos que la paz vuelva mañana. Aquí se aplica aquello de que hay que sembrar
para que otros cosechen. Nos preguntaba ¿Cuántos años tarde el crimen
organizado para enseñorearse de la
sociedad? ¿El tiempo de dos o tres generaciones? Quizá ese tiempo pasará, si
trabajamos, para que vuelva la paz a nuestro pueblo.
El trabajo por la paz no es un
proyecto nuevo, no es un trabajo adicional. El trabajo por la paz implica que
debemos intencionar todo lo que hagamos. El trabajo por la paz implica
tender puentes, crear condiciones de diálogo, de confianza; el que trabaja por
la paz necesita aprender a escuchar, a comprender, a perdonar. El trabajo por la paz pide sobre todo la
implicación de las familias; que en las familias haya condiciones de paz. La
familia es la escuela relacional del ser humano.
Las grandes transformaciones,
dijo RI, vienen de dentro. Si no transformamos el corazón todo va a
quedar en discursos vacíos. “A las gentes les gustan las formas, la coherencia,
la grandes transformaciones vienen de dentro”.
Es preciso que cultivemos una espiritualidad de comunión. Si no transformamos
los corazones, las estructuras puestas para garantizar la seguridad serán
inservibles. RI insistió, necesitamos coherencia entre el gesto y la palabra.
La construcción de la paz no tiene recetas. Las
circunstancias que viven cada grupo, cada pueblo, cada familia son diferentes.
La construcción de la paz es urgente y requiere creatividad, iniciativa,
articulación de instituciones y fuerzas sociales. No atañe solo al gobierno, es
tarea de todos.
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